Y resulta ser que así, a veces las cosas más terribles resultan tener finalmente sentido. No es que haya vivido varias de estas en los últimos parajes conocidos, es que a veces a uno le quitan la silla, cuando uno ya se acostumbraba a ella. Pero es bueno. La silla no podía durar para siempre. Había que probar otras sensaciones, tirarse al suelo un rato, para levantarse de nuevo; para conocer un lugarcillo en que estuviera de veras cómodo. Ese lugar no es la antigua banca, y lo más maravilloso, es que uno no sabe cuál va a ser. Así que, no sé; y me agrada. Quizás sea un ternudo abogado, y ¡qué diablos!, quizás no.
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