lunes, 18 de enero de 2010

Querido Dios.

Llévame.

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sábado, 16 de enero de 2010

Familia

ellos son la dist los kilómetros que hay entre dos ciudades.
yo soy colores, soy olores aromas, soy apenas formas...

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jueves, 14 de enero de 2010

Aprendí cómo encontrar el camino a casa

Si tuviera la gracia para narrar mi vida, escribiría la obra más preciosa. Invocaría al dios capitalino para que guiara mis pasos en la metrópolis con soltura, y llegaría al no-puerto adecuado sin malgatar rezos en otros hombres que no son hombres sino almas coquetas en cuerpos equivocados. Las palabras fluirían de mi lengua y de mis labios con algo más que colores arcoirisiados (o arcoirísticos o quéséyo) y las brumas del lenguaje no rozarían mis adentros cuerdas músicas. Quisiera gracia para contar lo contable que lo es todo lo incontable, lo realista mágico de las vidas nuestras, de las serpientes y los chales y las alfombras voladoras y las generaciones que se acaban y se renuevan. Pocas son las virtudes necesarias para una historia bien contada. Poco es el don, mucho el trabajo, dicen algunos; que si quieren escribir que escriban y que no aprendan a escribir, dicen los vecinos de los amigos del curso de al lado. Mis palabras y mis bocas, mis lenguas y mis hojas de cuadernos arrancadas por la inmadura ira del que no se conforma con las formas ni con los fondos, los roneos aliados, sin espirales, con lápices vulgares. Hace tiempo anhelaba un momento como este, en que fluye y en que danza la prosa más insignificante de todas con dulzura y sin comas. Adiós a las publicaciones presuntuosas y a los vistosos recuerdos archivados: yo te escribo aquí. En secreto. En mi cama. En tus formas preciosas ahora te escribo, en los hombros que un día llevaste al sacrificio, en las caderas que abrieron los cielos de algún dios provinciano. No habrá perdón sin petinencia, dice el refrán; no habrá perdón sin penitencia, dice el refrán...
Las baladas también surgían bellas improvisadas; con tanto aterrizar se desmoronarían, yo pensaba, mas el cántico y el tiempo despertaban los tonos adecuados. No encontrarían otro mar así de lágrimas de felicidad. Era pleno, tras unir palabras con dulzura del alma, con el corazón, sin cordón de plata.

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