domingo, 18 de mayo de 2014

Le temo a la muerte. Le temo a la soledad y a la muerte. Nunca había temido antes. Las verdades religiosas salvaban la incertidumbre. Luego, la nada salvaba de la verdad religiosa. Ahora, la nada se erige atemorizante y pareciera que, por si fuera poco, ante esa nada eterna se halla una nada transitoria, del absurdo, de la gran broma de Dios que sopló vida en el polvo de la tierra. No hay amor posible. No hay redención posible. Todos estamos perdidos.