miércoles, 10 de octubre de 2012

VII

     Los animales se acurrucaron alrededor de Clover, sin hablar. La loma donde estaban acostados les ofrecí una amplia perspectiva a través de la campiña. La mayor parte de "Granja Animal" estaba a la vista: la larga pradera, que se extendía hasta la carretera, el campo de heno, el bebedero, los campos arados donde crecía el trigo nuevo, tupido y verde, y los techos rojos de los edificios de la granja, con el humo elevándose en espiral de sus chimeneas. Era un claro atardecer primaveral. El pasto y los cercados florecientes estaban dorados por los rayos del sol poniente. Nunca les había parecido la granja -y con cierta sorpresa se acordaron de que era su propia granja, y que cada pulgada era de su propiedad- un lugar tan codiciado. Mientras Clover miraba ladera abajo, se le llenaron los ojos de lágrimas. Si ella pudiera expresar sus pensamientos, hubiera sido para decir que a eso no era a lo que aspiraban cuando emprendieron, años atrás, el derrocamiento de la raza humana. Aquellas escenas de terror y matanza no eran lo que ellos soñaron aquella noche cuando el Viejo Mayor, por primera vez, los incitó a rebelarse. Si ella misma hubiera concebido un cuadro del futuro, sería el de una sociedad de animales liberados del hambre y del látigo, todos iguales, cada uno trabajando de acuerdo con su capacidad, el fuerte protegiendo al débil, como ella protegiera con su pata delantera a aquellos patitos perdidos la noche del discurso de Mayor. En su lugar -ella no sabía por qué- habían llegado a un estado tal en el que nadie se atrevía a decir lo que pensaba, en el que perros feroces y gruñones merodeaban por doquier y donde uno tenía que ver cómo sus camaradas eran despedazados después de confesarse autores de crímenes horribles. No había intención de rebeldía o desobediencia en su mente. Ella sabía que, aun tal y como se presentaban las cosas, estaban mucho mejor que en los días de Jones y que, ante todo, era necesario evitar el regreso de los seres humanos. Sucediera lo que sucediera permanecería leal, trabajaría duro, cumpliría las órdenes que le dieran y aceptaría las directrices de Napoleón. Pero aun así, no era eso lo que ella y los demás animales anhelaran y para lo que trabajaran tanto. No fue eso por lo que construyeron el molino, e hicieron frente a las balas de Jones. Tales era sus pensamientos, aunque le faltaban palabras para expresarlos.
     Al final, presintiendo que tal vez sería un sucedáneo para las palabras que ella no podía encontrar, empezó a cantar "Bestias de Inglaterra". Los demás animales a su alrededor la imitaron y la cantaron tres veces, melodiosamente, aunque de forma lenta y fúnebre como nunca lo hicieran.
     Apenas habían terminado de repetirla por tercera vez cuando se acercó Squealer, acompañado de dos perros, con el aire de quien tiene algo importante que decir. Anunció que por un decreto especial del camarada Napoleón se había abolido el canto de "Bestias de Inglaterra". Desde ese momento quedaba prohibido cantar dicha canción.
     Los animales quedaron asombrados.
     -¿Por qué? -gritó Muriel.
     -Ya no hace falta, camarada -dijo Squealer secamente-. "Bestias de Inglaterra" fue el canto de la Rebelión. Pero la Rebelión ya ha terminado. La ejecución de los traidores, esta tarde, fue el acto final. El enemigo, tanto exterior como interior, ha sido vencido. En "Bestias de Inglaterra" nosotros expresamos nuestras ansias por una sociedad mejor en el futuro. Pero esa sociedad ya ha sido establecida. Realmente esta canción ya no tiene objeto.
     Aunque estaban asustados, algunos de los animales hubieran protestado, pero en aquel momento las ovejas comenzaron su acostumbrado balido de "Cuatro patas sí, dos pies no", que duró varios minutos y puso fin a la discusión.
     Y de esta forma no se escuchó más "Bestias de Inglaterra". En su lugar Mínimus, el poeta, había compuesto otra canción que comenzaba así:

Granja Animal, Granja Animal,
¡Nunca por mí tendrás ningún mal!
y esto se cantó los domingos por la mañana después de izarse la bandera. Pero, por algún motivo, a los animales les pareció que ni la letra ni la música estaban a la altura de "Bestias de Inglaterra".
 George Orwell